viernes, 2 de septiembre de 2011

EL DEBER - (Cap. XVII del libro El Evangelio según el Espiritismo )

El deber es la obligación moral, primero con respecto a ti mismo y enseguida con respecto a los otros. El deber es la ley de la vida, se encuentra en los más ínfimos detalles, lo mismo que en los actos elevados. No quiero hablar aquí sino del deber moral y no del que imponen las profesiones.

En el orden de sentimientos, el deber es muy difícil de ser cumplido, porque se encuentra en antagonismo con las seducciones del interés y del corazón; sus victorias no tienen testigos y sus derrotas no tienen represión. El deber íntimo del hombre está entregado a su libre albedrío: el aguijón de la c onciencia, esta guardiana de la probidad interior, le advierte y le sostiene, pero, con frecuencia permanece impotente ante los sofismas de la pasión. El deber del corazón, fielmente observado, eleva al hombre; pero este deber ¿como se precisa? ¿En donde empieza? ¿En donde se para? El deber comienza precisamente en le punto en que amenazáis la felicidad o la tranquilidad de vuestro prójimo y termina en el límite que no quisierais ver traspasar para vosotros.

Dios creó a todos los hombres iguales para el dolor; pequeños o grandes, ignorantes o ilustrados, sufren por las mismas causas, a fin de que cada uno juzgue sanamente el mal que puede hacer. No existe el mismo criterio para el bien, infinitamente más variado en sus expresiones.
La igualdad ante el dolor es una sublime previsión de Dios,
que quiere que sus hijos instruidos por la experiencia común, no cometan el mal arguyendo la ignorancia de sus efectos.

El deber es el resumen práctico de todas las especulaciones morales; es una bravura del alma que desafía todas las agonías de la lucha; es asunto austero y flexible y pronto a doblarse a las diversas complicaciones, permaneciendo inflexible ante las tentaciones. El hombre que cumple su deber, ama a Dios más que a las criaturas y las criaturas más que a sí mismo; es, a la vez, juez y esclavo de su propia causa.

El deber es el más bello laurel de la razón; depende de ella como el hijo depende de su madre. El hombre debe amar el deber, no porque le preserve de los males de la vida, a los cuales la humanidad no puede substraerse, sino porque da al alma el vigor necesario para su desarrollo.

El deber crece e irradia bajo una forma más elevada en cada una de las etapas superiores de la Humanidad; la obligación moral no cesa nunca de la criatura hacia Dios: debe reflejar las virtudes del Eterno, que no acepta un esbozo imperfecto, porque quiere que la belleza de su obra resplandezca ante El. (LAZARO, Paris, 1863)

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